martes, 18 de agosto de 2009

La Nostalgia de Tarkovsky

La Nostalgia de Tarkovski

 Por Carolina Chacana Toro

     Reflexionar sobre el cine de Andrei Tarkovski (1932-1986) es internarse en un lenguaje de imágenes sinceras y reales, que muestran la verdad contenida en la interioridad profunda de cada personaje y las relaciones sutiles que existen entre los fenómenos más secretos de la vida. De sus todas obras, una de las más hermosas y personales es Nostalgia (1983), considerada como un reflejo del dualismo del alma de Tarkovski en su exilio italiano, pues por un lado está la nostalgia de su familia y su país que lo sumergen en una profunda melancolía; pero por otro, en su interior subsiste la necesidad de hacer algo por la humanidad, a la que desea mostrar aquello que habita en su alma. Este dualismo es representado, como veremos, en la constitución psicológica de los dos personajes centrales del film: Gorchakov y Domenico.    

     Nostalgia relata la historia de un poeta ruso, Gorchakov que se encuentra en Italia junto a Eugenia, su asistente, para un largo trabajo de investigación sobre el pianista ruso Pavel Sosnovski. El músico, radicado y celebrado en territorio italiano durante el siglo XVIII, es consumido por la nostalgia rusa al punto de hacerlo volver a su tierra natal pero en calidad de esclavo; a su regreso finalmente decide ahorcarse por no hallar a su mujer amada. Tarkovski, utiliza la vida del músico para usarla de contrapunto con la dolorosa historia de Gorchakov: un hombre que parece haber perdido el sentido de su vida; vive lleno de impresiones de su alrededor, pero no puede comunicarlas a las personas cercanas y ni tampoco unirlas a su pasado, pues se haya fuera de casa, rodeado de una cultura diferente, incomprensible, que cada vez más lo van sumergiendo en la ansiedad y la soledad.  El poeta se siente un marginado, desde una lejana distancia observa una vida que no le pertenece, entregándose constantemente a recuerdos del pasado, a los rostros de personas queridas, a sonidos y memorias de su antigua casa en Rusia. Las imágenes presentadas en sepia, sugieren estas nostalgias. En general, Tarkovski utiliza imágenes oscuras para intensificar la tristeza y melancolía presente a lo largo de todo el film. Las secuencias siguen un ritmo especial, lento y pausado, que dan cuenta de los movimientos interiores de los personajes. Se podría decir que casi no hay desarrollo dramático.[1] Pareciera ser que el autor utilizara los medios cinematográficos con la intensión de proyectar en imágenes, no acciones externas o tramas complejas de acontecimientos, sino más bien un reflejo del alma humana; vivencias del mundo interior de los personajes, que en este caso corresponderían al estado de un poeta en contradicción consigo mismo y la realidad externa, alejado de su humanidad y en constante nostalgia. Gorchakov, incapaz de superar su profunda crisis interior, es arrastrado a la muerte al final de la película.

     Paralelamente a la historia del poeta ruso, aparece la extraña figura del italiano Domenico, un hombre peculiar que Gorchakov y Eugenia conocen a orillas de la piscina de Santa Catalina, su presencia es incomprensible en un principio, pero a medida que avanza el relato, cobra una importancia significativa. Se le percibe como un “loco” a los ojos de los que se creen “normales”, un marginado de la sociedad, pues mantuvo encerrada a su familia para preservarles de los demonios del mundo; pese a ello, encuentra dentro de sí la fuerza suficiente y la inteligencia para hacer frente a la realidad siniestra que destruye al  hombre. Domenico, más que la salvación individual, busca la salvación universal, rescatando a la humanidad de la locura y el sin sentido de la civilización moderna. El italiano, venciendo la opinión de la gente, se atreve a hablar en público en una plaza de Roma, acerca de la catastrófica situación mundial, en ese lugar hace un llamado a los hombres continuar  la lucha. Su discurso es realmente loable:

     ¿Qué ancestros hablan en mí? No puedo vivir al mismo tiempo en mi cabeza y en mi cuerpo.  Esa es la razón por la que no puedo ser sólo una persona. Puedo sentir en mí infinidad de cosas al mismo tiempo. El gran mal de nuestra época es que ya no quedan grandes maestros. La senda del corazón está cubierta de sombras. Debemos escuchar las voces que parecen inútiles. En cerebros llenos de largas tuberías de desagüe. De muros de colegio, de asfalto y de prácticas asistenciales. ¡Que entre el zumbido de los insectos! Debemos llenarnos, ojos y oídos con cosas que son el principio de un gran sueño. Alguien debe gritar que construiremos las Pirámides. ¡No importa si no podemos construirlas! Debemos alimentar el deseo y estirar los rincones del alma, como una calle sin fin. Si queréis que el Mundo siga adelante, debemos tomarnos de las manos. Debemos mezclar lo que se considera sano, con lo considerado enfermo. ¡Vosotros los sanos! ¿Qué significa vuestra salud?  Los ojos de toda la humanidad están mirando al foso en donde nos estamos precipitando. ¡La libertad es inútil si no tenéis el coraje de mirarnos a la cara, comer, beber y dormir con nosotros! ¡Es lo considerado sano lo que ha llevado al Mundo al borde de la catástrofe! ¡Hombres, escuchad! En vosotros, agua, fuego y después cenizas. Y los huesos dentro de las cenizas. ¡Los huesos y las cenizas! (...) ¿Dónde estoy, cuando no estoy en la realidad o en mi imaginación? He hecho un nuevo pacto con el Mundo. Debe estar soleado a la noche, y nevado en agosto. Las grandes cosas acaban, las pequeñas perduran. La sociedad debe lograr unirse de nuevo, en vez de desunirse. Sólo mirad la naturaleza, veréis que la vida es simple. Debéis volver a donde estuvisteis. Al punto donde tomasteis el desvío erróneo. Debemos volver a los principales fundamentos de la vida. Sin ensuciar el agua. ¿Qué clase de mundo es éste,  si un loco os dice, que deberíais estar avergonzados?” 

     Las palabras de Domenico tal vez sugieren la idea de que los hombres no vivimos aislados los unos de los otros, solos y abandonados; sino por el contrario, unidos en lazos  interpersonales y emocionales; unidos al pasado y al futuro. Como ejemplo de ello se tiene la acción de Gorchakov, al final del film. El poeta se une a Domenico a través de la realización de la promesa de cruzar el agua caliente de la piscina de Santa Catalina con la vela encendida que él mismo le entregó. Ese era el deseo de Domenico, pero cada vez que lo intentaba por él mismo, era sacado del agua e insultado por los supuestos hombres “normales.”

     Pero, ¿por qué una vela? Mirado de un modo superficial se podría decir que es simplemente una locura arbitraria y sin sentido de un pobre hombre extraviado de su sano juicio. Si, en cambio, lo miramos con detención nos daremos cuenta que la vela es en sí misma el instante de la transfinitud del poeta ruso. Es lo fugaz por excelencia que quiere y pretender ser algo más que una vela que da luz. Su llama ilumina en la medida en que es transportada en manos de Gorchakov, abriendo un tiempo y espacio propio para el regalo y el sacrificio. Si miramos bien la vela encendida, tanto en lo superficial como en lo profundo, se sostiene a sí misma; es esa locura azarosa, gratuita que se esculpe en el tiempo y con el plano infinito, que se trasciende en las propias manos del personaje a un más allá, en el acá propio del plan. La vela encendida simboliza el  “instante”, el “cruce”, el “enlace” de la vida y la muerte.

    En el mismo instante que Gorchakov transportaba la vela de un lado a otro de la piscina termal, cumpliendo con lo pactado, Domenico dejaba de existir. El momento está emotivamente  narrado de un modo indescriptible, en un único plano de unos siete minutos de duración, un plano en el que sólo vemos al poeta ruso luchando por intentar mantener la vela encendida, mientras camina lentamente por la piscina de un lado a otro; aún así, la llama se extingue dos veces. Pero Gorchakov persevera en su misión y finalmente logra cruzar el espacio para depositar la llama en el lugar que le corresponde, un pequeño hueco en la superficie de la muralla. El trayecto de un extremo a otro se puede interpretar como un viaje del exterior al interior del propio hombre, como lo vertical que rompe la monotonía de la horizontalidad de la vida. Tarkovski filma todo en un solo encuadre, situando la cámara al mismo nivel en que Gorchakov transita. Con esta elección, el contenido argumental (encuentro con la fe, reconciliación del poeta) se equipara exactamente con el contenido estético y cinematográfico (trabajo sobre cada componente del encuadre). La cámara, se mueve en forma simultánea al movimiento de Gorchakov, enfocándolo lateralmente, le acompaña en todo instante y la extensión física del encuadre va disminuyendo progresivamente (al principio, vemos al poeta de cuerpo entero, para luego terminar en el encuadre de la vela en primer plano). Al mismo tiempo que la vida de Gorchakov se acaba, extinguiéndose poco a poco (lo que estamos viendo no sólo es un acto de fe, sino también los últimos instantes en la vida de un hombre), el plano se va interiorizando a la vez que enfoca la llama de luz. Finalmente, una vez que la vela encendida es depositada en el otro extremo de la piscina termal (vacía durante toda la escena), Gorchakov cae al suelo para morir. Tarkovsky da cuenta de su fallecimiento, a través de la filmación de su mano que cae sin vida fuera del encuadre, mientras simultáneamente oímos su último respiro, la inhalación y exhalación del poeta ruso.

      La muerte de Gorchakov, en cierto aspecto es similar a la de Domenico, ambos finalizan sus vidas rodeados de una atmósfera sublime de alta dignidad, inspirada en la sensatez y consecuencia de su actuar, conforme a sus respectivos mundos interiores.

     Los dos personajes de la película más que héroes parecen antihéroes, tanto Gorchakov como Domenico parecen sucumbir ante el destino, no se muestran como personas exitosas ni fuertes, sino por el contrario, como hombres débiles y vulnerables. La fortaleza de ambos personajes radica precisamente en la profundidad de su convicción interior, que los lleva a cada cual, a afrontar las dificultades propias de sus respectivos destinos.

     El plano final de Nostalgia, muestra a una catedral italiana en ruinas, y en medio de ella, una casa campesina, posiblemente el hogar de Gorchakov en Rusia. Interpreto esta imagen como el estado interior del poeta al momento de su muerte, estado que contiene tanto a Italia (representado por la catedral) como a su Rusia natal (casa campesina). 

     Además de la temática desarrollada previamente, existen otros elementos que considero importantes de abordar en el lenguaje estético y cinematográfico de Nostalgia.

     En el cine de Tarkovski, la naturaleza despliega plácidamente sus elementos, nunca expuestos como símbolos, sino integrados a la puesta en escena, buscando transmitir sensaciones y recuerdos, en un intento de recuperar la capacidad de percibir el mundo real. En Nostalgia, la cámara parece seducida por los baños termales que visita Gorchakov, y se acerca estremecida a las botellas sobre las que el agua cae, tintineante y atravesada por rayos de sol. “El agua es la sangre del planeta”, sostenía Tarkovski, y soñaba con rodar alguna vez un film enteramente bajo el agua. Si por el movimiento de los juncos se puede reconocer el carácter de la corriente de un río, del mismo modo, decía, el proceso vital que la toma reproduce en su movimiento informa del movimiento del tiempo.

     Un personaje que no hemos abordado en profundidad es la figura de Eugenia, la asistente acompañante de Gorchakov. Se muestra como una mujer independiente, incrédula, que incluso es incapaz de arrodillarse en un templo sagrado, excusándose por no tener fe; allí encuentra a otra mujer que le reza a la Virgen del Parto y que abre la guarida de la imagen desde donde salen sonoros pájaros y caen plumas sobre las velas encendidas. La fe es un tema presente a lo largo de toda la película.

     En Nostalgia, Tarkovski luchó intensamente por dar forma a ese estado de tristeza y melancolía –particularmente doloroso en los rusos-, que aflora al querer adaptarse a una nueva tierra (Italia). Una sensación  que el mismo Tarkovski experimentó cuando, a principios de los años ochenta, comenzó a filmar –y finalmente a vivir- fuera de su país. Un artista ruso filmando en Italia el trayecto de un poeta ruso que también viajó a Italia, en busca de material para una ópera sobre un músico ruso de fines de 1700 (Pavel Sosnovski), a quien, a pesar de su éxito, el tormento de la nostalgia lo llevó al suicidio. Nostalgia terminó adoptando el estado anímico de su propio autor, Tarkovski, quien extrañaba profundamente a su tierra y su familia radicada en Rusia. A esta sensación se agregan el desconcierto causado por ciertas circunstancias misteriosas: el protagonista muere de la misma enfermedad que acabó con la vida de Solonitsin (el actor que iba a interpretar el personaje de Gorchakov), la que finalmente afectó también a Tarkovski: “Una imagen poética que he creado en algún momento, se convierte en realidad concreta, palpable, se materializa y –lo quiera o no- empieza a ejercer influencia en mi vida”, reflexionaba el realizador.

     A estas alturas no cabe duda que su film Nostalgia es precisamente el contenido de su nombre, la profunda nostalgia que Andrei Tarkovski vivencia lejos de su tierra, lejos de los suyos. La película, entonces, es una forma de sobreponerse a su melancolía, sublimar en cierto aspecto, aquella nostalgia que carga en el alma.

 

Bibliografía:

Andrei Tarkovski: Esculpir en el tiempo, Editor: Ediciones Rialp, 1997

Apuntes de clases: Crítica de Cine. Prof. Román Díaz, 2009


[1] Los únicos episodios de drama son la lucha con Eugenia, el suicidio de Domenico y la escena final del triple intento de llevar la vela encendida a través de la piscina termal vacía.

 

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